Emociones Negadas
Desde niñas, somos bombardeadas con mensajes que nos invitan a ocultar emociones consideradas “inaceptables”, como la rabia. ¿Te suena ese “uy qué fea cuando te enfadas” o “las niñas buenas no se comportan así”? Son frases que aún resuenan en los parques, aunque parezca que los tiempos han cambiado. Y sí, me llenan de rabia, porque aunque nos guste pensar que estos mandatos de género se reproducen menos, siguen presentes.
A los niños les sucede algo similar, pero con la tristeza: desde pequeños se les enseña a no mostrarse vulnerables. Sin embargo, las emociones negadas no desaparecen, se quedan en la sombra. Pero, ¿cómo sabemos que siguen ahí? ¿De qué manera nos limitan? Y, lo más importante, ¿qué podemos hacer para resolverlo?
El entorno como molde emocional
Los mensajes que recibimos de nuestro entorno social nos moldean emocionalmente según nuestro género. Mientras a las niñas se nos enseña a reprimir emociones intensas como la rabia, a los niños se les educa para esconder la tristeza, como si ser vulnerable les restara valor. Frases como “los chicos no lloran” o “las niñas no deben enfadarse” no solo limitan nuestra expresión emocional, sino que refuerzan creencias de cómo deberíamos comportarnos para encajar en los roles de género.
Como señaló la psicóloga Carol Gilligan, las niñas aprenden a priorizar las relaciones y la empatía, mientras que los niños son educados para buscar autonomía emocional. El impacto es frontal: las que son educadas para dejarlo todo por lo relacional tendrán que relacionarse con aquellos que son educados para la lucha y la competencia. El resultado es blanco y en botella.
Y aunque todo este argumento esté ya más que trillado, continúa sucediendo. Quizá mute la forma o se suavicen los argumentos para que sean más políticamente correctos pero en las tripas, en lo profundo, las emociones incómodas no son sostenidas, y no lo son con diferencias de género observables.
Cuando mi hijo siente frustración en los partidos y lo muestra en forma de llanto hay una consecuencia. Cuando el compañero siente frustración y lo muestra con una patada, hay otra. El aprendizaje social dicta lo que es “menos malo” y de ahí vamos sobreadaptándonos para encajar. Nos alejamos de la necesidad interna y relegamos el sentir en pro de la consecuencia social que queramos evitar para recibir el menor castigo.
Esto crea patrones de malestar, dificultades en las relaciones y una desconexión con nuestras necesidades auténticas.
Por supuesto hay consecuencias...
Desde la infancia, aprendemos a regular nuestras emociones en función de las expectativas sociales y los mensajes que recibimos. Este proceso puede llevar a un bloqueo emocional, en el que ciertas emociones —como la rabia o la tristeza— se reprimen para evitar el rechazo o la desaprobación. Al reprimir estas emociones, construimos una “armadura emocional”, una especie de coraza interna que nos protege del dolor pero que también limita nuestra capacidad de sentir plenamente. Esta armadura, formada a lo largo de los años, no solo nos desconecta de nuestras emociones más intensas, sino que afecta profundamente la manera en que nos relacionamos con los demás y con nosotras mismas, alterando nuestra forma de vivir el placer y la vulnerabilidad.
Durante un seminario de trabajo experiencial con Mireia Darder en el que participé, se abordó un tema crucial: la represión de la rabia está profundamente ligada a la represión del placer. Ambas emociones movilizan intensamente el cuerpo. Según esta perspectiva, cuando reprimimos la rabia, también bloqueamos la energía vital. De este modo nuestra capacidad de experimentar placer de manera plena se ve limitada. Esta supresión afecta nuestra conexión con el cuerpo y nuestra capacidad de sentir profundamente, restringiendo tanto la reacción ante lo injusto como el disfrute. Parece que una mujer libre, capaz de expresar su rabia tendrá mejores opciones de sentir intensamente también su placer. Si desde pequeñas nos niegan a la rabia también nos estarán negando al goce y al disfrute. Es paradójico, pero con esta información a mi me cuadran muchas cosas…
Las emociones incómodas, aquellas que nos han enseñado a ocultar, no desaparecen. Siguen ahí, afectándonos de maneras que a menudo no comprendemos tanto en la relación con nosotras mismas o mismos como en lo relacional. Pero esto no tiene por qué durar para siempre porque existen formas de revisar todas esas creencias y emociones dándole salida a través del trabajo terapéutico de integración.
Seguro que si prestas atención puedes ver tanto los orígenes como las consecuencias de esta diferente socialización emocional, tanto en tí misma como en tu entorno. ¿Te apetece darle una vuelta al melón?